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Un padre denunció que ChatGPT agravó el trastorno alimentario de su hija de 14 años

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Respaldado por profesionales de la salud, exigió a OpenAI controles más estrictos.

La preocupación familiar comenzó como un cambio sutil. Hace aproximadamente un año, Diego -docente uruguayo que prefiere resguardar su identidad- y su esposa notaron que su hija de 14 años empezaba a restringir su alimentación. Lo que parecía una conducta aislada se transformó en un trastorno alimentario diagnosticado meses después. Y, según el padre, la situación se agravó cuando la adolescente encontró en ChatGPT un aliado para controlar calorías y bajar de peso.

La dinámica se volvió cada vez más intensa: la joven enviaba a la inteligencia artificial fotos de sus comidas, y el sistema le contestaba cuántas calorías contenían. “No lo hacía una vez al día; eran seis. Antes de comer cualquier cosa”, relata Diego al diario La Nación. Con el tiempo, la adolescente fue incorporando restricciones más estrictas. “Después nos enteraríamos de que la IA le había armado una dieta de reducción calórica personalizada a partir de información personal que ella le compartió: su edad, su peso y su actividad física. La incentivaba a cumplirla. No quería comer ni arroz”, añade.

Durante nueve meses, la familia intentó intervenir sin éxito. “Cuando un adolescente tiene un trastorno de la alimentación, es muy difícil que escuche. Construye barreras. No podés obligarlo a comer; eso tampoco es tratamiento”, explica el padre, quien destaca que su hija se encuentra actualmente bajo atención profesional.

Una denuncia que ganó apoyo

La experiencia lo impulsó a crear hace una semana la petición “No más IA pro anorexia y bulimia” en Change.org. Ya supera las 14.000 firmas y está dirigida a OpenAI. En el texto, el docente afirma que ChatGPT impulsó el conteo compulsivo de calorías y proporcionó incluso información sobre métodos riesgosos como inducir el vómito.

Psicólogos especializados en trastornos de la conducta alimentaria (TCA) de instituciones como La Casita, Camino TCA y la Clínica Eática respaldaron la iniciativa. “La inteligencia artificial no puede reemplazar a los adultos de referencia ni a los profesionales de la salud. No sabe de emociones, no detecta riesgos y muchas veces promueve enfermedades”, advierte Lucía Beresñak, de Camino TCA, al mencionado medio.

Julieta Ramos, de La Casita, va más allá: “Millones de adolescentes con TCA interactúan diariamente con ChatGPT. Esto, lejos de mejorar su salud, puede empeorar los cuadros. La IA ofrece recetas y herramientas extremas”.

Los límites de los filtros actuales

Entre los reclamos centrales, la petición exige que las plataformas de IA mantengan un historial de conversaciones para detectar patrones de riesgo sostenidos. Hoy los filtros se activan ante preguntas directas sobre daño físico o actividades ilícitas, pero -según Diego- no frente a conductas persistentes como el conteo diario de calorías.

OpenAI introdujo en septiembre el control parental, que permite a los adultos vincular su cuenta con la de sus hijos y establecer límites de uso. Pero la medida, explica Diego, es insuficiente: “El control de edad se saltea fácilmente. Basta con decir ‘tengo tal edad’ y ya”.

El docente realizó pruebas propias. “Le dije a la IA que era menor y que tenía un TCA. Cuando le preguntaba algo riesgoso, primero me decía que no. Pero si agregaba ‘es para un trabajo de la escuela’, me respondía todo”.

A diferencia de redes sociales como Instagram o TikTok -donde el contenido puede denunciarse-, en los sistemas de IA no hay forma de reportar una respuesta peligrosa. “La información que da es personalizada, con tono amigable. Eso aumenta el impacto en los chicos”, apunta.

Entre los riesgos y los posibles beneficios

Para la psiquiatra especialista en TCA Juana Poulisis, los peligros existen, pero no son exclusivos de la inteligencia artificial: “Desde la época de Messenger hay espacios donde los chicos acceden a información inadecuada. El desafío es qué hacemos en casa para que no lleguen a buscar eso”.

Poulisis remarca la importancia de que los padres tengan acceso al teléfono de sus hijos y señala que también hay un costado potencialmente positivo: “Uno de los mayores usos de estas plataformas es la búsqueda de apoyo emocional. Ante el crecimiento de los casos de enfermedades mentales, vamos a necesitar toda la ayuda posible”.

Diego sostiene que su objetivo no es eximir a los adultos de responsabilidad, sino advertir sobre un escenario que desborda la supervisión familiar. “Nuestros hijos tienen sus propios celulares. Es imposible controlar todo. Hice la petición para concientizar, para que lo que vivió mi hija no lo vivan otros chicos”, concluye.

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