Juan Pablo Cafiero se encontraba en la plaza de San Pedro en el momento en que el entonces cardenal Jean-Louis Tauran anunció, desde el balcón de la Basílica, el nombre de Jorge Mario Bergoglio. De ese modo, el embajador político que había sido designado en 2008 por la ex presidenta Cristina Kirchner bajo el pontificado de Benedicto XVI, se convertía en el primer diplomático argentino en ser jefe de misión de la Representación de la Argentina ante la Santa Sede presidida por Francisco. Desde aquel 13 de marzo de 2013 a la fecha, la Embajada argentina (creada en 1857 por el presidente Justo José de Urquiza e inaugurada en Roma por Juan Bautista Alberdi), estuvo a cargo de cinco embajadores: Juan Pablo Cafiero, Eduardo Valdés, Rogelio Pfirter, María Fernanda Silva, y el actual en funciones, Luis Beltramino.
Hay una clave tácita en la diplomacia vaticana. “A la Santa Sede no le gusta que le marquen agenda, si salen a promocionar un embajador, generalmente vuelve rechazado el plácet”, así afirmaron fuentes cercanas a la Secretaría de Estado Vaticana cuando ocurrieron las candidaturas que se hicieron mediáticas de Alberto Iribarne o Luis Bellando. Es decir, a los ojos del Estado Vaticano, no está aceptado que se proclamen embajadores sin consultar previamente por canales oficiales sobre el perfil del candidato: “Si el Santo Padre se entera por el diario del día lo que debería saberse por un cable oficial, no está bien visto”. Así las cosas -con alzas y bajas- la diplomacia argentina en El Vaticano tuvo, en todas las gestiones de gobierno, varios comandos y la tarea de llevar adelante las relaciones bilaterales con la Iglesia se vieron en muchas oportunidades truncadas o con tendencia partidaria, algo que al inicio se comprendió desde la Santa Sede hasta que se dio un corte al uso político de la imagen de Su Santidad. Juan Pablo Cafiero fue un candidato que la Santa Sede de Ratzinger vio con buenos ojos, fundamentalmente por la tradición cristiana familiar. Este elemento también había sido considerado por la ex presidenta Isabel Perón, cuando en 1976 envió a Antonio Cafiero, padre de Juan Pablo, con el mismo rango. Misión, en este último caso, que quedó efímera puesto el golpe de estado que sucumbió al país en marzo de ese año.
Pero para la política nacional argentina, en el gobierno de Cristina Kirchner, Cafiero no fue considerado una opción para que continuase en el cargo. El oficialismo de entonces veía con celos que un ex ministro del gobierno de Fernando De la Rúa, tuviera un rol crucial en un nuevo tablero geopolítico mundial. Eso, y también lo que comentaban en el Palacio San Martín, que Cafiero y su entorno en la entonces sede de Via del Banco di Santo Spirito, afirmaban, queriendo bajar la nueva impronta, que el “revolucionario” no era Francisco con su mirada jesuita, sino Ratzinger por la nobleza de haber dado un paso al costado. Por necesidad administrativa y protocolar, el embajador quedó firme en su puesto hasta pasado el año y medio de pontificado de Bergoglio. En ese transcurso asomaron distintos candidatos, uno de ellos fue Aldo Carreras, que ocupaba entonces la dirección de Culto en el gobierno provincial de Daniel Scioli. Era uno entre tantos, como Julián Domínguez, también. Pero el detalle que logró convencer a CFK ocurrió un día antes de la asunción de Bergoglio como Pontífice, el 18 de marzo de 2013. El Vaticano preparaba los detalles para la misa con Jefes de Estado y Monarcas que se darían cita el 19 de marzo en la Plaza de San Pedro. En contemporáneo, Francisco esperaba a la presidente en el Palacio Apostólico. La ex mandataria se acercó con toda la delegación que la acompañaba, uno solo había llegado antes, una persona con una relación personal con Bergoglio, y ese era Eduardo Valdés. El detalle de haberlos visto juntos, para la jefe de Estado fue más que necesario para su posterior designación.
Eduardo Valdés fue embajador argentino ante la Santa Sede desde octubre del 2014 hasta el final del gobierno de Fernández de Kirchner. La Embajada tuvo una dotación presupuestaria acorde a la afluencia de personalidades que llegaban de Buenos Aires a ver al Papa. La embajada se trasladó a Via della Conciliazione, la arteria central que desemboca en San Pedro. Por ese despacho pasaron gobernadores, intendentes, diputados, senadores y todo tipo de personalidad influyente que cada miércoles se daban lugar en el llamado “corralito de los argentinos” del besa manos, la ceremonia en la que el Papa saluda uno por uno y se crea una minúscula pero potable situación de diálogo. Hay otro personaje que es clave en este período diplomático, Guillermo Moreno. El ex secretario de comercio había sido designado por CFK como Agregado Económico en la Embajada argentina en Italia, bajo la conducción del entonces embajador Torcuato Di Tella, meses antes de la llegada de Valdés. La dupla que conformaron, lejos de la opinión partidaria, fue un enérgico trabajo político y de reporte a la Argentina. Este detalle no volvió a ocurrir, sin ir más lejos durante el resto del pontificado de Francisco, los embajadores y enviados diplomáticos, tuvieron asiduamente cortocircuitos por el protagonismo que representó siempre “la foto” con Su Santidad. Desde asados multitudinarios hasta la proyección de los partidos de fútbol al aire libre, sumado a una agenda de reuniones con empresarios y políticos, la dupla también abrió las puertas de la residencia del embajador en Vaticano para celebrar la navidad 2014 luego de la tradicional vigilia, misa de gallo, de Francisco en San Pedro. Todo fue, según miradas ajenas a la diplomacia argentina, una oportunidad perdida para el país en su posición mundial. Especialistas en relaciones internacionales cercanas a Itamaraty, comentaron en una cumbre en San Pablo que “fueron momentos que el Palacio San Martín no quiso leer o no pudo, porque mientras Francisco planificaba su visita a Cuba en 2015, y tuvo una fuerte injerencia en la recomposición de la relación de los Estados Unidos y la isla, la Argentina tenía la oportunidad de posicionarse ante la región, y en cambio la diplomacia se abocó a las elecciones nacionales en curso”. Este es un ejemplo, entre tantos otros, de la escasa visión internacional de los actores designados.
Llegaría el turno de la administración Macri. El Gobierno de Cambiemos propuso en primera instancia al embajador Tomás Ferrari, pero su plácet volvió rechazado por ser divorciado. Fue entonces designado el abogado y diplomático Rogelio Pfirter, alumno de Bergoglio en un colegio católico. Además, el entonces sacerdote, cuando se desempeñaba como profesor de literatura en un colegio jesuita, promovió un libro de Pfirter.
En el cambio de gobierno, con la llegada de Alberto Fernández a la presidencia, el Vaticano puso una vez más la oportunidad a disposición para que, de alguna manera, se pudiera “utilizar” al Santo Padre como un canal o instrumento de ayuda, principalmente en la negociación con el FMI. Así es que el 5 de febrero del 2020, antes de la Pandemia, se presentó en Vaticano el seminario “Nuevas formas de solidaridad hacia la inclusión, la integración y la innovación fraternales”. Sin embajadores designados en Roma, pero con la presencia de diplomáticos argentinos de alto rango y el entonces ministro de Economía Martín Guzmán, Francisco ofició de mediador tácito entre Kristalina Georgieva, la titular del Fondo Monetario Internacional y la Argentina. En el seminario de economía, el papa Francisco se refirió sin mencionarla a la situación de la Argentina, y llamó a los organismos internacionales a impulsar un alivio para los países endeudados, habló de solidaridad y también en contra de la acumulación financiera. Un diplomático argentino acreditado ante organismos internacionales y que fue parte de ese evento, afirmó entonces que Argentina tenía una posibilidad única e irrepetible y que Su Santidad apoyaba al Gobierno, que este gesto importante sería clave para el posterior acuerdo.
La lógica geopolítica de cada pontífice respecto a su país de procedencia se resume en esto: así como el “presidente del episcopado” del país de origen es el Papa, es decir las decisiones las toma él en su jurisdicción por más que haya un órgano de gobierno local; en el caso político es lo mismo, no necesita de un embajador para mediar o comunicar algo a su propio país o para hablar con el presidente de turno. Y este es uno de los detalles que más cortocircuito provocó en el último gobierno peronista. Alberto Fernández lo tenía decidido, de hecho fue de las primeras embajadas en las que pensó al asumir a finales de 2019. Al igual que en la de España, cuando en la gira europea que hizo antes de la pandemia, le dijo al Rey Felipe VI “te enviaré a un amigo como embajador”, refiriéndose a Ricardo Alfonsín. En el caso del Vaticano, hizo pública la intención de designar a Luis Bellando. Todo se gestó sin consulta previa a las oficinas de la Secretaría de Estado, y luego de que salieran a la luz fotografías del candidato festejando eufórico en el carnaval de Río de Janeiro, el plácet no se concretó. La Cancillería activó el piso 9, la Secretaría de Culto, y Guillermo Oliveri – histórico y experto en el cargo – hizo las consultas pertinentes por los canales correspondientes, sabía cómo funcionaba la diplomacia en la Iglesia. La respuesta no tardó en llegar, y las preferencias se inclinaban a una mujer y de carrera. Así, apareció el nombre de María Fernanda Silva, una embajadora de carrera en el servicio exterior, experimentada en temas de género, y que ya conocía la sede en Roma, porque había revestido el cargo de consejera en la gestión Valdés. Decididos por ella, desde la Rosada activaron la fórmula y se envió el plácet vía Nunciatura Apostólica en Buenos Aires. La embajadora, una referente de la comunidad afroargentina, se convertía en la primera mujer en ocupar la jefatura de misión ante el Santo Padre. El decreto 246/2020 se publicó un 6 de marzo, por unas horas se anticipó a la llegada de la pandemia y la cuarentena mundial. De todos modos, superando todos los retos que significaban volar en esos meses, la embajadora tomó un avión y llegó a Roma.
Los canales de comunicación entre el 2019 y el 2023 fueron diversos. Los actores políticos cobraron importancia, la diplomática tuvo que sortear una vorágine intensa de interlocutores que se autoproclamaban mensajeros de Su Santidad. No era un hecho atípico, ocurrió así desde el comienzo del pontificado. El punto que Francisco tuviera contacto directo con funcionarios, sindicalistas, catequistas, referentes sociales, curas y políticos, todos de Argentina, creó para aquellos que no supieron manejar el ego, un desfile de idas y vueltas, dichos y contradichos y peleas internas por quién llegaba más a Bergoglio.
Así es que la embajada argentina comenzó a acortar los pedidos de audiencia, y esto llevó a que los interesados por una foto con Francisco buscaran otros interlocutores. De todos modos la relación se mantuvo intacta, Silva lo conocía de Buenos Aires, los unía un lazo personal, y supo contener la furia de la curia cuando Alberto Fernández impulsó la Ley del Aborto en Argentina. Eso, y en paralelo la cantidad de pedidos que llegaban por vía oficial, desde audiencias para intendentes, ministros, y diputados, hasta pedidos de bautismos para el hijo del matrimonio presidencial. La embajadora encontró desahogo en el grupo de Telegram que mantenía a nombre de la Embajada y en el que diariamente daba los buenos días y las buenas noches, con audios en el que contaba la actualidad en el mundo cristiano, entre otros temas.
Al final de la gestión, y en vistas a un cambio de línea de gobierno inevitable, la Santa Sede continuó con su labor diplomática tradicional y Silva perduró unas semanas más en el cargo, hasta que finalmente, Diana Mondino le indicó su vuelta a la República y nuevamente la sede quedó sin Jefe. Llegamos al final del pontificado con un gobierno también único en la historia argentina. El presidente Javier Milei se acercó a la Basílica de San Pedro y el saludo fraternal que demostró Francisco, selló el inicio de una diplomacia sin altibajos, al menos a nivel protocolar.
El 30 de mayo de 2024, la Sala de Prensa de la Santa Sede publicaba la entrega de las cartas credenciales de Luis Pablo María Beltramino, como embajador argentino. Diplomático de carrera, abogado de la Pontificia Universidad Católica de Buenos Aires, y con un perfil cristiano, reunió las condiciones para estar a cargo de la Sede, una más austera, pero siempre protagónica en el plano mundial. El embajador y su equipo asistieron a los funcionarios nacionales que se dieron cita en el Vaticano. También, representó al país en lugar del canciller en la audiencia por los 40 años del tratado de paz con Chile, uno de los “desplantes” que afirman no gustó a Bergoglio. Presenció el inicio del Jubileo, las oraciones y rezos en San Pedro por la salud de Francisco, la misa con el mismo fin, en la Iglesia argentina de Roma a cargo de la curia romana, y la dotación que lo acompaña, formados todos en el Palacio San Martín, orquestó todo lo necesario en cuanto dependiera, de la participación en el funeral de quien fuera el primer y único pontífice argentino.