El conflicto interno que desangra al Cártel de Sinaloa desde septiembre de 2024 ha marcado un antes y un después en la historia del crimen organizado en México. La guerra entre las facciones de Los Chapitos, lideradas por los hijos de Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, y La Mayiza, vinculada a la familia de Ismael “El Mayo” Zambada, ha roto las pocas reglas no escritas que durante décadas gobernaron las disputas dentro del cartel.
De acuerdo con una reciente publicación de InSight Crime, esta confrontación ha llevado la violencia a niveles sin precedentes, con ataques directos a civiles, desapariciones masivas y una estrategia de exterminio que marca una diferencia sustancial frente a rupturas anteriores, como la que protagonizaron contra los Beltrán Leyva en 2008.
El último ataque que causó alarma
El pasado 7 de abril de 2025, cerca de las dos de la mañana, hombres armados irrumpieron en un centro de rehabilitación para personas con adicciones en Culiacán, la capital de Sinaloa.
Los atacantes reunieron a las 20 personas que vivían en el lugar y, pese a las súplicas del director del centro, ejecutaron a ocho de ellas. Una víctima más falleció en el hospital poco después. El director fue secuestrado y su cuerpo apareció abandonado al día siguiente en otro barrio del sur de la ciudad.
El relato de uno de los sobrevivientes, citado por el medio antes citado, apunta que la matanza pudo haber sido aún peor si no se hubieran encasquillado algunas de las armas de los agresores. Las autoridades atribuyeron el ataque a sicarios de Los Chapitos, quienes habrían estado buscando a un rival de La Mayiza.
De los pactos rotos con los Beltrán Leyva y los Dámaso
El Cártel de Sinaloa ya había experimentado divisiones sangrientas en el pasado. La ruptura con la Organización de los Beltrán Leyva en 2008 dejó una estela de muertos, pero en aquella época prevalecían ciertos acuerdos implícitos que restringían los ataques contra familiares o civiles ajenos al negocio del narcotráfico, según InSight Crime.
Ese tipo de “códigos de honor” también moderó las pugnas posteriores, como la que enfrentó al grupo de Dámaso López Núñez, alias “El Licenciado”, con los hijos de Guzmán tras la recaptura de El Chapo en 2016. Sin embargo, la guerra que estalló en septiembre de 2024 entre Los Chapitos y la Mayiza ha demostrado que esas reglas ya no existen.
La captura de El Mayo en julio de 2024, que su grupo consideró una traición orquestada por Los Chapitos, desató una campaña violenta sin precedentes. Desde entonces, más de mil personas han sido asesinadas y se reportan miles de desaparecidos, cifras que reflejan la magnitud de esta confrontación interna.
A diferencia de las guerras anteriores, donde las facciones solían respetar los límites territoriales, en la actual disputa ambos bandos se conocen íntimamente. Durante años compartieron la operación del cártel, e incluso muchos de sus integrantes crecieron juntos. Esto les permite identificar con precisión los movimientos y los puntos neurálgicos del rival.
El reparto de zonas dentro de Culiacán —con Los Chapitos dominando el norte y la Mayiza el sur— ya no garantiza seguridad a ninguna de las partes. Las agresiones se han vuelto más frecuentes y más certeras, alimentadas por una lógica de venganza que, según expertos citados por InSight Crime, busca eliminar por completo al adversario.
Óscar Loza Ochoa, presidente de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Sinaloa (CEDH), aseguró que este conflicto “es histórico”, no solo por la duración, sino también por el profundo impacto económico y social que ha dejado en la región.
Los narcojuniors y el fin de los códigos
Otra de las claves que diferencia esta guerra interna es el perfil de sus protagonistas. A diferencia de líderes como El Chapo o El Mayo, que se formaron en las sierras y zonas rurales, la nueva generación de líderes —los llamados “narcojuniors”— proviene de entornos urbanos y de familias con fortunas acumuladas durante décadas.
El caso de Ovidio Guzmán López, hijo de El Chapo, es emblemático: estudió en colegios privados en Ciudad de México y su liderazgo refleja más la lógica empresarial del lavado de dinero y el tráfico de drogas sintéticas que el cultivo tradicional de amapola o marihuana.
Este cambio generacional también ha implicado una transformación en las prácticas de violencia. La vieja regla que prohibía atacar a las familias de los enemigos ha sido abandonada. Hoy, cualquier persona cercana al rival puede convertirse en blanco, como evidencian los asesinatos de abogados, empleados de centros de rehabilitación y personas inocentes atrapadas en el fuego cruzado.
Un caso que ilustra esta lógica fue el hallazgo, en marzo de 2025, de las extremidades desmembradas de un presunto miembro de Los Chapitos, dejadas como advertencia frente a un concurrido centro comercial en Culiacán.
Entre las armas de guerra más utilizadas en esta confrontación se encuentran las desapariciones forzadas, que se han convertido en una estrategia recurrente de ambos bandos para sembrar terror, reclutar informantes o eliminar adversarios.
Según datos de la Fiscalía General del Estado de Sinaloa, en 2024 se registraron 1,610 denuncias por desaparición, con casi el 60% concentradas en los últimos cuatro meses del año, coincidiendo con la escalada del conflicto. Sin embargo, el subregistro es alto y la mayoría de los casos permanece impune.
El sur de Culiacán, una zona entre carreteras y desarrollos habitacionales, ha sido identificado como uno de los principales puntos donde las facciones utilizan crematorios clandestinos para deshacerse de los cuerpos de las víctimas. Un miembro de una comisión local de seguridad, entrevistado bajo condición de anonimato, afirmó que “nunca habíamos visto tantas desapariciones forzadas” y advirtió que, si se considera la cifra negra, “podría haber el doble” de casos.
La guerra entre Los Chapitos y la Mayiza ha transformado las dinámicas del crimen organizado en Sinaloa y ha roto definitivamente las fronteras entre los actores criminales y la población civil. Mientras las disputas anteriores se limitaron, en muchos casos, a operaciones y ajustes dentro del mundo narco, el actual conflicto ha cruzado todas las líneas, desatando una violencia que, según los expertos, no terminará hasta que uno de los bandos desaparezca por completo.