De túneles y rabonas

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No debería contar esto porque quizás constituya un mal ejemplo para la juventud. Pero el martes 5 de junio de 1986 me evadí, junto a otros compañeros, de las aulas del Colegio Nacional de La Plata donde ese día debía asistir a cursar las clases del segundo año del turno de la tarde.

Es que aquella no era una jornada cualquiera. La numerosa deserción de estudiantes de la tan respetada institución platense tenía que ver con que, en horas tempranas de esa tarde, en la ciudad de Puebla, jugaban Argentina versus Italia, en el segundo partido de la selección de Carlos Bilardo en el Mundial de Fútbol de México ’86.

Maradona en acción contra Italia, en el Mundial de México 86

Éramos apenas adolescentes en pleno usufructo de la edad del pavo, pero intuíamos que la transgresión realizada a espaldas de nuestros padres era para ver un match que formaría parte de un hecho histórico que concluyó con la Argentina ganando su segunda Copa Mundial. Bueno, quizás estas sean excusas intrincadas para justificarme casi 40 años después, pero el asunto es que aquel día de junio decidimos hacernos la rata.

Por supuesto, no fuimos ni los primeros ni los últimos en cometer aquel acto de irreverencia que hoy, ya en el rol de padres, tenemos la obligación de condenar. De hecho, la expresión “hacerse la rata” se remonta a tiempos más o menos lejanos, en un lugar icónico de la historia porteña: el Colegio Nacional de Buenos Aires.

El Colegio Nacional de Buenos Aires

Esa tradicional y prestigiosa institución educativa forma parte de la Manzana de las luces, el predio más antiguo de la ciudad, comprendido entre las actuales Alsina, Bolívar, Moreno y Perú, a dos cuadras de Plaza de Mayo. Resulta que allí, bajo la superficie construida, existen desde el siglo XVII una serie de túneles y pasadizos que interconectan los distintos edificios de la Manzana. Incluso, como se cree que muchos de estos corredores subterráneos tenían como finalidad el contrabando, algunos de ellos llegarían hasta el primitivo puerto porteño.

La cosa es que, según cuenta Diego Ziggioto en su libro Las mil y una curiosidades de Buenos Aires, los alumnos de ese colegio solían esconderse en esos antiguos túneles cuando querían escapar de sus obligaciones escolares. Como los pasadizos se encontraban llenos de roedores pululando por aquí y por allá, la evasión furtiva de los educandos pasó a definirse con la expresión “hacerse la rata”, que ha llegado hasta nuestros días.

Pero ahora que estamos frente al origen de esta expresión, me gustaría ir un poco más allá. Es que un sinónimo en el lunfardo rioplatense de aquel “hacerse la rata” es, también, “hacerse la rabona”. No encontré la razón etimológica del término rabona, aunque algunos señalan que proviene de la palabra “rabia”. Lo cierto es que hubo un momento en que esta palabra dio un salto mágico desde las aulas al universo del fútbol.

El arquero de Rosario Central, Pedro Botazzi, ve como la pelota ingresa al arco luego del impacto de rabona de Ricardo Beto Infante

Ocurrió un 19 de septiembre de 1948. Ese día, en La Plata, jugaban Estudiantes –mi Estudiantes- contra Rosario Central. El partido lo ganaba el local por 2 a 0 hasta que el delantero Pincha Ricardo Beto Infante, en el segundo tiempo, recibió una pelota ideal para el remate con la zurda. Pero como este jugador era hábil con la diestra, realizó una maniobra repentina y genial: cruzó su pierna derecha detrás de la izquierda e impactó el esférico, con tanto talento que la pelota recorrió 35 metros y se clavó en el arco del Canalla.

El Beto Infante, un goleador extraordinario

La jugada fue tan original y el gol tan impactante, que Infante fue felicitado por los adversarios y hasta por el propio árbitro. La revista El Gráfico informó sobre este increíble tanto con un juego de palabras: “El Infante que se hizo la rabona”. A partir de entonces, esta manera acrobática de pegarle al balón pasó a llamarse, en el mundo futbolero de habla hispana, la rabona.

Así reflejaba el humorista gráfico Casajús el gol de rabona de Ricardo

Aquel partido del 86 contra Italia terminó empatado en uno. Fue la última vez que me rateé, pero valió la pena. En cuanto a la jugada llamada rabona, para ser franco, nunca me salió. Terminaba siempre cayéndome al piso, con las piernas enredadas, muy lejos de la maestría del gran Beto Infante.

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