Una pregunta monopolizó en las últimas 30 horas las conversaciones en el establishment. ¿A cuánto abre el dólar mañana? Más allá de la aleatoriedad de los pronósticos, hay herramientas que empiezan a dar una estimación razonada sobre lo que ocurrirá en el mercado de cambios tras los anuncios del último viernes.
El primero en sacar esos cálculos con antelación fue el propio Gobierno, que en los días previos a la modificación del régimen cambiario hizo cuentas y averiguaciones que terminaron de definir el plan que se estrena mañana.
Federico Furiase es uno de los principales asesores del ministro de Economía, Luis Caputo. Tiene una silla también en el directorio del Banco Central, que maneja Santiago Bausili. Furiase hizo consultas recientes con diversos exportadores para preguntarles sus percepciones con respecto a un posible cambio en la política sobre el dólar.
En esas conversaciones, se habló de un esquema de bandas -como el que arrancará mañana-, pero con márgenes más restringidos en comparación con los que se terminaron aplicando. Sus interlocutores creen ver en esas ideas, más cautas, el rechazo del propio Javier Milei a convalidar un tipo de cambio alto. Para el Presidente, el dólar no debería valer más de $1000 según los fundamentos de la economía argentina.
Los sondeos previos a los anuncios del Gobierno con empresarios dejaban evidencias concretas sobre la necesidad de un cambio en el manejo del dólar. El pasado 14 de marzo comenzó la sangría de reservas del Banco Central. En el principio del problema, el campo liquidaba unas 300.000 toneladas diarias de grano. Luego, bajó a 20.000 toneladas por día. Y el último viernes, cuando se sabía que iba a haber anuncios, sencillamente no hubo movimiento. La prolongación en el tiempo de esa situación hubiese generado aún más daño a la entidad monetaria.
El consenso por estas horas en el mercado es que el lunes habrá un salto del tipo de cambio, pero moderado. Los anuncios fueron realizados, de hecho, para que la flexibilización del dólar destrabe los engranajes que estaban obturando la llegada de divisas al Banco Central. La fecha en la que todo ocurrió es clave.
Entre el 12 y el 14 de marzo comienza la cosecha gruesa de soja, que es sinónimo de dólares. A eso se suma lo que no se liquidó por la expectativa devaluatoria. Son stocks de divisas potenciales que estaban tabicados por un precio del dólar presuntamente bajo.
El nuevo valor, entonces, tiene que ser suficiente para habilitar esas liquidaciones. Vale hacer una pregunta adicional: ¿qué precio tiene que tener el dólar para que aparezca la oferta del campo? Debe estar por encima de los US$1130 -lo que recibía ese sector el viernes último, pero no le gustaba- y permanecer estable.
Este último tema es una dificultad a resolver para el Gobierno: si mañana el tipo de cambio entra en un sube y baja por mucho tiempo, quienes pueden ingresar divisas empezarán a especular con un mejor precio. Por eso, el equipo económico necesita conducir al dólar hacia una nueva estabilidad, aunque más alta.
En el mercado reconocen, por otra parte, que los sorprendería ver al peso presionado por la parte superior de la banda, en los $1400.
El Gobierno guarda varias herramientas para estacionar al dólar en un valor relativamente estable. No solo por la montaña de divisas que recibirá, sino también porque puede hacer movimientos con la tasa de interés para sostener la demanda de pesos. Está acordado con el FMI.
El éxito de las nuevas medidas económicas, sin embargo, es menos endógeno de lo que parece. El mundo está sumido en una crisis de impacto impredecible aún para la Argentina.
La palabra de Donald Trump es muy valorada por el presidente Javier Milei. La temperatura de esa relación decanta entre los funcionarios de ambos países, que desde hace días trabajan para ponerse de acuerdo en la manera de sortear los aranceles que Estados Unidos le puso al resto del planeta y tiene en vilo a la economía global.
Hay un grupo de trabajo conformado en la Argentina para resolver los reclamos específicos planteados por los emisarios de Trump. Uno de los nombres que se destaca en esa tarea es el de Federico Sturzenegger, el ministro de Desregulación. A principios de esta semana tuvo un encuentro de alto voltaje de cara al futuro.
En su despacho, juntó a un grupo de personas -entre ellas, Pablo Lavigne, coordinador del área de Producción, enviado de Luis Caputo- para empezar a tratar el punto que más le interesa a Estados Unidos que el país atienda según la versión que transmitieron las terminales trumpistas: todo lo relacionado con las patentes de medicamentos en la Argentina. Es una de las peleas que más le gustan al “titán”, como Milei llama a Sturzenegger. Enfrente están los laboratorios nacionales, a quienes se les reconoce una capacidad sobresaliente para convencer a sus interlocutores sobre la conveniencia de defender sus planteos.
El hecho de que el tema avance generó sorpresa incluso entre los funcionarios que participan de las conversaciones. Si se modifican determinadas normas del kirchnerismo, habría un cambio drástico en ese negocio millonario a pedido de Estados Unidos, que lo pone entre las condiciones para permitir el ingreso sin arancel de 50 productos de origen argentino.
Milei está entre dos tierras. Debe enfrentar a un sector importante o desairar a la persona más poderosa del mundo y quedarse sin un potencial éxito político relevante, como la apertura de mercados en Estados Unidos para la producción argentina, en la víspera de una carrera electoral clave para los dos últimos años de su mandato. La sorprendente llegada mañana al país del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, en medio del delirio global y el acuerdo con el FMI, realza esa disyuntiva.
La lista norteamericana de requerimientos podría incluso cambiar el paisaje del conurbano bonaerense. En La Salada, la feria más grande de la Argentina, flotan pipas y tres tiras apócrifas que les cuestan millones a sus creadores reales porque hay una estructura que convalida la falsificación de productos. Es un reclamo histórico de Estados Unidos al que la Argentina nunca atendió seriamente. Eso podría cambiar ahora.
El Gobierno sigue con atención el vaivén internacional mientras convive con las dificultades de la gestión política doméstica. El viceministro José Luis Daza y el director del Banco Central, Vladimir Werning, asumieron un rol más activo en el intento de comprensión de un nivel de incertidumbre que, por su propia formación, no le es ajeno a ninguno de los funcionarios que rodean a Luis Caputo (Economía) y a Santiago Bausili (BCRA).
Se podría decir que todo continúa acorde al plan. No tanto porque nada haya cambiado, sino porque no están definidos los efectos de los últimos hechos, ni el Gobierno tiene mucho más que hacer que ceñirse a él, ahora con algunas incógnitas despejadas.
En la práctica, la Casa Rosada le debe a Trump mucho más que el hecho de mandar inspectores a los comercios clandestinos del país. El FMI cerró anteayer un acuerdo con la Argentina para prestarle US$20.000 millones, a los que se les sumarán fondos de organismos multilaterales.
Alcanza otra cifra para poner en perspectiva el desembolso. Sumados, esos préstamos equivalen a casi la totalidad de reservas que figuran en los registros del Banco Central, el organismo encargado de defender al peso.
La noticia, que tiene potencia positiva propia, queda parcialmente socavada por la propia guerra comercial mundial que desató el presidente norteamericano. El dinero del Fondo ahora no sólo debe resolver los problemas argentinos, sino actuar de escudo frente a turbulencias que nada tienen que ver con la gestión libertaria.
Distintos agentes del mercado creen que el dinero que llegará le permitirá al Gobierno administrar al dólar con cierta comodidad, al menos hasta las elecciones. Es un dato importante, porque el esquema de poder que surja de los comicios puede darle un nuevo empujón a la gestión libertaria o quitarle potencia a la implementación de sus ideas.
Antes de la explosión trumpista, la mayor incertidumbre que planteaba el Gobierno estaba relacionada con el régimen cambiario. Ahora, Trump podría haberle sacado a Milei los porotos que el presidente argentino ya tenía a su lado.
El Gobierno arrancó el año con el empuje de un crecimiento económico del 2,1% en el último trimestre de 2024, la recuperación a buen ritmo del consumo, en niveles similares a la edad de oro del plan “platita” de Sergio Massa, más inversión, un aumento en la tasa de empleo e inflación descendiendo.
La Argentina era un pequeño barco en el curvilíneo camino a la estabilización. Ahora, debe navegar en un mar de tormentas que conducen al estancamiento de la economía global. No está claro cómo transitarán los incipientes logros del Gobierno esos desafíos mayores.
Hay una vieja evidencia acerca de la manera en que golpean en la región las cosas que pasan en el mundo. Carlos Andrés Pérez gobernó por primera vez Venezuela entre 1974 y 1979. Su administración coincidió con el boom de los precios del petróleo y dejó el gobierno con una aprobación récord. Diez años después, volvió a ganar las elecciones con la promesa de recuperar el brillo del pasado, pero su paso por Miraflores coincidió con valores deprimidos del crudo que se arrastraron por pisos históricos. Pérez sufrió manifestaciones populares en contra, sufrió dos intentos de golpe de Estado y debió abandonar el poder.
La escena anterior está frontalmente registrada en un trabajo de politólogos de la Fundación Getulio Vargas y muestra correlaciones sugestivas. En países como la Argentina, hay una estrecha relación entre la tasa de interés norteamericana que regula la Reserva Federal (FED), el precio de las commodities -entre las que se destaca la soja y el petróleo- y la valoración pública del poder político.
En el primer caso, el titular del banco central norteamericano, Jerome Powell, ya dijo que es prematuro aplicar cambios en las tasas antes de digerir debidamente el nuevo estado del mundo. Pero el barril de petróleo Brent, que se usa en la Argentina, bajó casi US$10 (más de un 20%) desde que arrancó la efervescencia internacional, y la soja siguió una línea similar.
El precio futuro de sendas materias primas, algo en lo que la Casa Rosada no tiene injerencia, es más importante para el futuro de Milei que las cosas que él mismo puede controlar, como la emisión de moneda y el presupuesto público.
Durante la primera parte del año se espera la liquidación de la parte más gruesa de la cosecha. Son dólares tan frescos como los que envía el Fondo. Y el equipo económico se entusiasmaba con recibir en la segunda parte el ingreso constante de las exportaciones provenientes de Vaca Muerta. Soja y crudo, una alianza cambiaria que resplandecería este año como nunca antes, podría perder brillo si el mundo paga menos por ella.
Un exceso de pesimismo podría llevar a diagnósticos derivados de eternizar una situación que, quizás, solo dure un momento. ¿Cuál es la realidad con la que debe planificar su futuro la Argentina? ¿La del miércoles pasado por la mañana, cuando había una destrucción universal del valor de las empresas, o la de la tarde, cuando esos mismos activos tuvieron una de las mayores subas de la historia?
Cualquier presunción hoy corre el riesgo de hacer el ridículo. Es el problema de hacer cálculos como si la realidad fuese rocosa cuando, en la práctica, está en permanente movimiento.