Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, hay una tendencia mundial hacia la liberalización del comercio internacional, pese a que persisten teorías neoproteccionistas sobre la ruralidad europea y requisitos medioambientales que impactan en las exportaciones de los países en vías de desarrollo.
Para evitar los efectos sobre la agricultura estadounidense de la deflación de los precios agrícolas como consecuencia la crisis del 1929 y proteger su industria del dumping de productos importados, el presidente republicano Herbert Hoover concretó su promesa de campaña y en 1930 promulgó la llamada “Smooth Hawley Act” aprobada por ambas cámaras del Congreso Americano. La norma consistía en la suba de aranceles a cerca de 20.000 productos importados, lo que provocó una “retaliación” de los socios comerciales de los Estados Unidos, que respondieron subiendo sus propios aranceles, profundizando y alargando la Gran Depresión. La ley fue derogada cuatro años después por el presidente demócrata Franklin Delano Roosevelt permitiendo la recuperación del comercio internacional, vislumbrando el nuevo liderazgo de Estados Unidos como país generador de crédito externo.
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La guerra comercial iniciada por el presidente Trump, decidida en forma unilateral sin pasar por el Congreso norteamericano, resulta inédita por su profundidad y generalización a todos los países del planeta sin distinción del tipo de producto y origen, afectando incluso a sus aliados geopolíticos.
El motivo formal “mercantilista” de la rudimentaria medida de Trump es reducir el déficit comercial a 0 (sic) y proteger e incentivar el “reshoring” (relocalización) de la actividad y el empleo industrial hacia los Estados Unidos. El motivo de facto es la creencia de Trump que este tipo de acciones Estados Unidos retomará el liderazgo mundial. Sin embargo, las consecuencias negativas del “Liberation Day” conspiran contra su propia motivación. Históricamente los países se desarrollaron gracias al comercio y al crédito. La teoría económica ha señalado los efectos positivos del comercio internacional sobre el bienestar y el crecimiento. Desde David Ricardo hasta Adam Smith han señalado que los consumidores se benefician gracias a que los países comercian en base a sus ventajas comparativas. Más contemporáneamente, Paul Krugman, Gene Grossman y Elhanan Helpman fundamentan que el comercio internacional se desarrolla por ventajas comparativas dinámicas generadas por la innovación y desarrollo, economías a escala y externalidades derivado del comercio internacional de bienes diferenciados.
Gracias a las cadenas globales de valor y al comercio intrafirma se generan ahorro de costos y precios más bajos. localizando eslabones productivos en aquellos países que tengan ventajas comparativas y por supuesto, generando déficit comercial en el comercio de insumos.
El reshoring provocaría una generalizada suba internacional de costos y precios de las manufacturas y los insumos por lo cual es probable una estanflación mundial. Las tendencias deflacionarias en precios agrícolas junto con la suba internacional de insumos industriales serían un duro shock negativo sobre los términos del intercambio de América Latina.
Por último y aún más importante, el déficit comercial (exceso de importaciones por sobre exportaciones) representa en realidad el liderazgo de los Estados Unidos como “consumidor de última instancia” que permite sostener el crecimiento de la economía mundial mediante la locomotora de sus importaciones. Los superávits comerciales y de cuenta corriente del resto del mundo financian el déficit comercial americano.
En primera persona: Desconcierto y cautela en el epicentro financiero que convulsionó Trump
La crisis de la arquitectura financiera internacional, por la nula coordinación macroeconómica entre países desarrollados y la decadencia del papel del FMI como prestamista internacional de última instancia, dificultan el equilibrio internacional de los balances de pagos. Reducir el déficit comercial de EE.UU., dada la falta de “voluntad” financiera de resolverlos por parte de los países superavitarios, necesariamente implica un impacto negativo por el lado real de la economía americana: una depresión.
Las medidas de Trump afectan la locomotora de la economía mundial generando una reducción del comercio internacional y con ello del crecimiento global. Como cita Charles Kindleberger en su clásico libro The World in Depression 1929-1939, “administrar la presión es gobernar; dejar que las presiones se descontrolen es abdicar”. “Hoover y Estados Unidos abdicaron. La Smooth Hawley Act fue un punto de giro en la historia, no por razones técnicas sino porque quedo claro que no hay nadie a cargo de la economía mundial”.