Juan Trzenko, el actor de teatro independiente al que el arte le salvó la vida dos veces: “De chico, soñaba con estar en Hollywood”

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Juan Trzenko es un actor de vocación que recién pudo darse el gusto de cumplir su sueño cuando se jubiló. El 12 de abril estrena El puente, una obra de Carlos Gorostiza que muestra una utopía de unión entre las clases sociales y que se verá todos los sábados a las 21.30 en Andamio ‘90 (Paraná 660 CABA), con dirección de Pablo Gorlero. Juan es hermano de Julia Zenko y, en diálogo con LA NACIÓN, da detalles sobre ese vínculo, habla de sus recuerdos de la infancia cuando soñaba con ser un actor de Hollywood y reflexiona sobre cómo el teatro lo salvó dos veces.

-Tenés una hermana muy famosa que contó alguna vez que gracias a vos conoció géneros musicales que la marcaron…

-Julia es mi hermana menor, le llevo seis años. En los ‘70, mientras yo estudiaba sociología, empecé a militar en la izquierda y escuchábamos a Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, Chico Buarque, los brasileros. Llevaba esos discos a casa y mi hermana tuvo una vocación muy temprana porque a los 6 años ya cantaba frente al espejo, y por suerte pudo desarrollarla. Y empezó a escuchar esa música que la influyó mucho y muchos años después terminó cantando con Mercedes Sosa en el Luna Park. Es una gran actriz, además. En nuestra familia hay antecedentes artísticos, porque mi abuelo paterno era cantante de sinagoga, aunque no lo conocíamos. Y mi mamá era una fanática de las películas, y nuestra diversión era ir dos veces por semana al cine, y me parece que ahí empezó a gustarme ese mundo. Cantar no porque silbo y desafino (risas). Pero amaba a Jerry Lewis Cary Grant, Lucille Ball.

Foto familiar de Juan Trzenko junto a su hermana menor, Julia Zenko

-Siempre quisiste ser actor, entonces….

-Cuando iba con mis viejos a la calle Lavalle, que era un mundo de gente, yo bailaba en la calle, frente a esas casas de música que tenían los bafles en la puerta, y todos me hacían una ronda. Tendría 6 años. Me casé muy joven, a los 21, y a los dos años ya nació mi primera hija y después tuve dos más, Natalia, Juan Pablo y Bárbara. Recién después de una depresión muy grande, en el año ‘83 y gracias a una terapia, descubrí que mi vocación es la de actor y empecé a estudiar con Agustín Alezzo. Luego hice espectáculos infantiles en los barrios, pero me fundí y yo tenía tres hijos que mantener, así que tuve que dejar y dedicarme a ganar dinero. Trabajé en un depósito de metales, y fue muy duro; tuve que renunciar porque no había forma de soportarlo físicamente. Y durante muchos años me dediqué al comercio, a vender telas de tapicería de autos; con alzas y bajas, quiebras en el medio, seguí hasta que me jubilé. Y en los ‘90, cuando me estabilicé económicamente, volví a estudiar con Alejandra Boero y aprendí qué es el oficio.

-Decías que después de una gran depresión empezaste a hacer teatro. ¿Es cierto que el arte salva?

-Y, a mí me salvó dos veces. Yo manejaba llorando, no sabía qué me pasaba, tenía una tristeza enorme. Y descubrir mi vocación fue sanador, aunque recién después de muchos años, a partir del 2012, me pude dedicar a actuar, cuando ya cerré el comercio y me jubilé y mis hijos ya no vivían conmigo y mi querida esposa Silvia, con quien llevamos 51 años juntos, me apoyó. Y empecé de vuelta y no paré de trabajar en el teatro independiente; hice más de cuarenta obras. Y la otra vez que me salvó el teatro fue en los 2000; por errores que uno comete, probé cocaína y quedé muy pegado. Soy un adicto en recuperación y estoy limpio desde el 2011. Estuve internado en un centro de rehabilitación durante un año, y a los seis meses ya daba clases de teatro allí y a los ocho meses me dieron permiso para salir a tomar clases de teatro. Y en el 2012 volví a hacer teatro en Andamio 90 con Golpes en la puerta, de Juan Carlos Gené. Así que me salvó la vida dos veces. Cuando dicen que hay que probar todo, decí que no, porque lo primero que perdés es la voluntad, y es lo último que recuperas. Me costó mucho y mi mujer estuvo al lado mío, y mi hermana me venía a cuidar a casa; fue un trabajo familiar hermoso y fuerte, y me emociono. Gracias a ellos estoy viviendo lo que estoy viviendo. Y gracias a mí también.

-Hiciste 40 obras en teatro independiente, ¿tenés tus preferidas?

-Claro que sí. Estudié en Andamio ‘90 en el ‘89, antes de que existiera el teatro y participé en su construcción, limpiando paredes y picando pisos junto a muchos otros actores. Debuté en Sopa de pollo, con Alejandra Boero. Y el año pasado hice mi primer unipersonal, Llamada perdida, y también fue desafiante estar solo en el escenario. Y en Mar del Plata hice Vida y milagros de Nini Marshall, con Ana Padovani, y estuve en el CCK con Lisistrata. Ahora estoy muy entusiasmado con El puente, con dirección de Pablo Gorlero, que hizo una adaptación de la obra de Carlos Gorostiza. Es un premio de la vida porque mi personaje es hermoso. La última vez que se hizo esta obra fue en el Teatro Cervantes, y mi personaje lo hacía Hugo Arana… ¡Qué responsabilidad! (risas). Es una puesta muy osada y desafiante para los actores; creo que va a dar que hablar. Es una obra muy simbólica que habla sobre las clases sociales, y también es actual a pesar de que la escribió en 1946. Vamos a estar los sábados a las 21.30 en Andamio ‘90. Y el 5 de junio estrenamos Incidente en Vichy, de Arthur Miller, en el Espacio Callejón, también con dirección de Pablo Gorlero, donde interpreto a un viejo judío que observa a todos los detenidos que pasan en una comisaría y van a la tortura… Y al final canto un poquito en hebreo.

-¿Tuviste experiencia en ficciones televisivas o en cine?

-En los ‘90 hice cinco capítulos de El precio del poder, en Canal 9, y este verano debuté en un cortometraje como protagonista de La casa de Astor, y está programado que vaya al festival de Cannes y al de Sundance. Me sentí como ese chico que miraba las películas y soñaba con estar en Hollywood porque había dos personas que me seguían a todos lados, me maquillaban cada dos minutos, me secaban la transpiración, me hacían sentar (risas). Me sentí una estrella. Y trabajé en la película Vladimir, con Carlos Belloso y Daniel Aráoz.

-Es como si hubieras vivido dos vidas, una antes de jubilarte y con responsabilidades familiares, y otra cuando pudiste cumplir tu sueño. ¿Lo sentís de ese modo?

-Totalmente. Julia y yo tuvimos una familia muy disfuncional, nuestros padres venían de la más absoluta miseria, y ascendieron en la escala social gracias al trabajo; mi viejo empezó como verdulero, vio que el negocio estaba en la carnicería y aprendió a cortar carne hasta que se puso una carnicería, se compró una casita y laburaba muchísimo. Me acuerdo que cuando nació Julia yo estaba tan celoso que hasta me agarró asma, por no poder sacar la bronca, según dicen los psicólogos. También recuerdo que me pegaban mucho, un poco porque se estilaba a criar a los hijos así; esas vivencias nos unieron profundamente con Julia. Dormíamos en la misma habitación, separados por un mueble al que le hicimos un agujero para poder tomarnos de la mano y así nos dormíamos.

Juan junto a su esposa y su hermana Julia

-¿Siguieron manteniendo esa buena relación a lo largo de los años?

-No. Empeoró un poco cuando yo me casé y me fui de casa, y ella lo sintió como un abandono. Está todo muy conversado con mi hermana. De grandes pudimos sentarnos y charlar; recuerdo que en un bar le dije que los dos habíamos sido víctimas, que la adoro y la amo, y sé que ella a mí. Lloramos mucho y pudimos recomponer la relación. Hoy tenemos un vínculo hermoso. Y con los años me di cuenta de que nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron, y los entendí. Quizá no fueron los mejores padres, pero sí los mejores abuelos y volcaron todo su amor en mis hijos.

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