Desde el CONICET Tucumán advierten que el 0,15% del PBI destinado a ciencia y tecnología es el nivel más bajo en décadas; el director Augusto Bellomío denuncia fuga de 5.000 investigadores y propone un modelo basado en tecnología local, orgánica y exportable
En una entrevista exclusiva, el titular del organismo científico provincial expone las consecuencias del desfinanciamiento: paralización de proyectos, pérdida de talento y dependencia tecnológica. “No podemos ser un país desarrollado si no invertimos en ciencia”, sostuvo en la entrevista.
CONICET Tucumán suena la alarma: por primera vez en su historia, la inversión nacional en ciencia y tecnología se redujo al 0,15% del PBI, un piso sin precedentes que apenas alcanza para mantener las puertas abiertas —no para investigar, desarrollar ni innovar. Así lo advirtió el doctor Augusto Bellomío, director del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en la provincia, en una entrevista que busca poner en foco la emergencia silenciosa del sistema científico argentino.
Bellomío ofreció un diagnóstico contundente: entre 2023 y la fecha, el país perdió cerca de 5.000 profesionales vinculados a la investigación, entre renuncias, jubilaciones anticipadas y rechazo de becas por salarios que —denunció— han perdido entre el 40% y el 50% de su poder adquisitivo desde diciembre de 2023.
“No podemos ser un país desarrollado si no invertimos en ciencia y tecnología. Esto no es gasto: es inversión en soberanía.”
— Augusto Bellomío, Director del CONICET Tucumán
La entrevista, realizada por el equipo del programa Libertad de Expresión, conducido por Graciela Núñez y secundado por Borja Michelsen y Pablo Gerez —que se emite de lunes a viernes de 7 a 9 horas por Rock & Pop Tucumán— abordó no solo el deterioro presupuestario, sino también el potencial estratégico aún latente en el sistema científico local.
Bellomío recordó que el 80% de los investigadores del CONICET trabaja en universidades nacionales, y que en Tucumán, por ejemplo, el CERELA desarrolla bacterias lácticas usadas por multinacionales para producir yogures saludables —un caso concreto de ciencia que genera divisas, empleo y posicionamiento internacional.
“Esas cepas son tucumanas —subrayó—. Si las exportamos como tecnología, los dólares ingresan, no salen.”
“Si importamos una cosechadora, los dólares se van. Si la diseñamos, fabricamos y mejoramos acá, los dólares entran —y generamos un círculo virtuoso.”
El director destacó iniciativas locales como una vacuna vegetal orgánica —desarrollada en Tucumán— que refuerza la resistencia de los cultivos sin agroquímicos, permitiendo exportar frutas frescas a mercados exigentes como la Unión Europea.
También advirtió sobre enfermedades desatendidas: “La leishmaniasis afecta al norte argentino, pero como no existe en EE.UU. o Europa, nadie investiga vacunas allá. Nos toca a nosotros —con nuestras cepas locales— salvar vidas y abaratar tratamientos.”
“La ciencia pensada para la Argentina no es lujo: es necesidad. Una vacuna hecha con cepas de India no sirve igual acá. La nuestra sí.”
Ante la pregunta sobre soluciones, Bellomío fue claro: elevar la inversión al 0,52% del PBI, como establece la ley no cumplida, es el mínimo para detener la hemorragia. Pero el horizonte debe ser más alto: “Uruguay invierte 0,7%; Brasil, 1,3%. Nosotros, 0,15%. ¿Qué futuro construimos con eso?”
La despedida no fue retórica, sino un llamado a la acción: “Defender el conocimiento es pensar en desarrollo, en soberanía, en el futuro. No hay atajo.”








