Cuando el lenguaje usado para acompañar el trauma no es neutral: por qué elegir entre rigor y consuelo falso es una cuestión de justicia.
En una sociedad que busca respuestas rápidas al dolor profundo, abundan frases reconfortantes que, sin embargo, pueden hacer más daño que bien. Esta columna en el programa Libertad de Expresión— explora con rigor y empatía una idea central: no todas las palabras que suenan “sanas” son sanadoras. Algunas, aunque bien intencionadas, ocultan una carga peligrosa: la de culpar, naturalizar la violencia o invalidar la experiencia traumática. Frente a eso, la ciencia no es fría ni distante: es una herramienta ética. Y cuando se aplica con honestidad, se convierte en una forma de reparación simbólica.
Cuando el daño ya está hecho, las palabras deciden si hay salida… o no
Imaginemos a una persona que ha vivido abuso. Ya sea físico, psicológico, sexual o institucional, el trauma deja huellas profundas —no solo en el alma, sino también en el cerebro—. Pero aquí viene lo decisivo: lo que se le dice después del daño, el marco con el que se le ayuda a entender lo sucedido, puede abrir una puerta… o cerrarla para siempre.
No se trata de elegir entre “ciencia versus espiritualidad”. Tampoco de descalificar creencias personales. Se trata de distinguir, con claridad y responsabilidad, entre lo que está sostenido por evidencia empírica —y que puede guiar hacia la recuperación— y lo que, aunque suene poético o innovador, carece de respaldo, no es verificable… y muchas veces revictimiza.
🔹 “Tu dolor no es un error de cálculo. Es una herida real. Y merece una respuesta real.”
La columna organiza esta reflexión en cinco contrastes clave: cinco pares de ideas enfrentadas, donde una vertiente se sostiene en investigación sólida y la otra, en creencias pseudocientíficas que circulan como si fueran conocimiento válido.
1. Neurociencia del trauma vs. constelaciones familiares
Sabemos hoy —gracias a estudios con resonancia magnética y EEG— que el trauma crónico, especialmente en la infancia, cambia físicamente el cerebro. Por ejemplo:
- El hipocampo, clave para la memoria y el sentido del tiempo, se reduce hasta un 12% en quienes sufrieron maltrato infantil.
- La amígdala, encargada del miedo, se vuelve hiperactiva: una persona puede sentir pánico ante una mirada neutral, un tono de voz normal.
- La corteza prefrontal, que ayuda a regular emociones y decidir con calma, se desconecta funcionalmente: como si el freno del auto estuviera roto, mientras el motor sigue acelerado.
Esto no es metáfora. Son biomarcadores medibles, repetibles en laboratorios del mundo entero.
En contraste, las constelaciones familiares —una práctica popular que atribuye los conflictos actuales a “órdenes del amor” inconscientes en la familia— no han superado en ningún estudio riguroso el efecto placebo. Un metaanálisis de 2019 en Psychotherapy Research lo confirma. Peor aún, sus conceptos no son falsables: es decir, no hay manera de probar si están equivocados, porque cualquier resultado se puede reinterpretar a posteriori. Según el filósofo Karl Popper, eso las sitúa fuera del ámbito de la ciencia.
Y la OMS lo advierte con claridad: en contextos de trauma, usar prácticas no validadas puede retraumatizar.
🔹 “Una explicación puede abrir caminos de reparación. Otra, aunque suene compasiva, puede sellar heridas con lenguaje piadoso.”
2. Psicopatología forense vs. “atraes lo que vibras”
¿Por qué algunas personas caen en redes de manipulación? La psicología forense muestra que los psicópatas no eligen al azar. Usan lo que se llama inteligencia emocional instrumental: detectan empatía, sentido del deber, lealtad… y las usan en su contra. Un estudio con 217 víctimas de grooming halló que ellas, en promedio, eran más empáticas y éticas que la población general —no “vibraban mal”, sino que tenían demasiada bondad para un depredador.
Frente a eso, frases como “atraes lo que vibras”, popularizadas por libros como El Secreto, no solo son científicamente erróneas —las ondas cerebrales no emiten “frecuencias” que atraen eventos del mundo real—, sino peligrosas: un estudio halló que el 68% de sobrevivientes que internalizaron esa idea retrasaron su pedido de ayuda más de tres años.
3. Victimología vs. “eres cómplice por permitirlo”
La ciencia ha demostrado que la coacción psicológica —el aislamiento, el miedo constante, la distorsión de la realidad— limita radicalmente la libertad de decidir. El efecto de indefensión aprendida, descrito por Seligman en los años 60 y confirmado decenas de veces desde entonces, muestra que, tras repetidas situaciones incontrolables, el cerebro deja de buscar salidas, incluso cuando existen.
Decirle a alguien “te quedaste porque querías” no es una opinión. Es, según la OPS, violencia institucional secundaria —una forma de revictimización que duplica el riesgo de ideación suicida.
4. Psicología del enganche vs. “tienes la pareja para la que te alcanzó”
Los vínculos abusivos no son “malas decisiones románticas”. Siguen un patrón clínico: primero el love bombing (atención intensa que inunda de dopamina), luego el gaslighting (hacerte dudar de tu propia percepción), y finalmente la intermitencia afectiva: cariño impredecible, como el tirar una moneda y nunca saber si saldrá cara o cruz. Este esquema es el más adictivo que existe, incluso más que algunas drogas: activa el mismo circuito cerebral del craving.
Mientras tanto, frases como “tienes la pareja para la que te alcanzó” convierten la violencia en destino, como si fuera una transacción comercial fallida. Un análisis de 120 programas de TV en América Latina halló que el 76% de los discursos sobre abuso usan este tipo de metáforas… y siempre culpan a la víctima.
5. Neuroquímica del refuerzo vs. “te quedas por falta de autoestima”
¿Por qué es tan difícil salir de una relación abusiva? No es por “baja autoestima”. Un metaanálisis de 87 estudios con más de 20.000 participantes lo aclara: la autoestima baja es consecuencia del maltrato, no su causa.
Lo que sí mantiene a las personas atrapadas es el refuerzo intermitente: cuando el cariño llega de forma azarosa, el cerebro se obsesiona buscando la “próxima recompensa”, como un jugador frente a una máquina tragamonedas. Esta no es una metáfora: es neuroquímica. Anna Lembke, experta en adicciones, lo explica con claridad en Dopamine Nation.
🔹 “Elegir el rigor no es elegir la frialdad. Es elegir la justicia narrativa.”
El sendero del cóndor: conocimiento que resiste el tiempo
Creo que sería una gran contribución a este artículo cerrar con una imagen poderosa de la sabiduría aimara, una parábola aimara: En Sajama, dicen que hay dos caminos para cruzar la montaña. Uno, ancho y llano, marcado con piedras coloridas, coca y flores. El otro, angosto, sigue el vuelo del cóndor: lento, en círculos, ganando altura. Muchos eligen el primero. A la mitad, descubren que lleva a un precipicio. Quien lo marcó no quería ayudar. El cóndor no toma atajos. Su vuelo parece lento. Pero es el único que cruza sin caer. Esta parábola no condena la búsqueda de consuelo. Pero advierte: Hay quienes ofrecen caminos fáciles no para guiarte, sino para mantenerte donde les conviene. Quien ofrece atajos con piedras brillantes no es guía: es quien construye dependencia.
El camino no es el dogmatismo, sino humildad ante la evidencia. No desprecio por lo espiritual, sino respeto por quien sufre. Porque cuando alguien ha sido herido, merece más que buenas intenciones. Merece explicaciones que no lo culpen. Merece palabras que liberen, merece palabras que lo abracen.
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