Cuando hay duelos sin ataúd, y ausencias que pesan más que algunos cuerpos… hay pérdida ambigua.
Hay un tipo de silencio que no se oye con los oídos. Se siente en la garganta, en el estómago, en las manos que ya no saben qué hacer cuando suena el teléfono y —por un instante— crees que es él o es ella. Pero no es. Y no será. No porque haya muerto. No porque haya gritado “ya no te amo”. No hubo portazo, ni carta de despedida, tampoco un mensaje que dará cuenta de que “esto ya no funciona así”, un “necesito irme”, un “vos entendés, ¿no?” o «chau».
Yvos entendiste. Incluso lo ayudaste a irse, la ayudaste ha hacer las maletas. Porque lo amabas, porque la amabas con deboción, casi que demasiado como para pedirle que se quedara. Lo que viviste o lo que quizas por estos días estas viviendo tiene nombre: pérdida ambigua. Tal vez al ponerle nombre, que suena como muy frio al principio, estamos dando el primer paso para que deje de ser una cosa, algo innombrado, un especie de lugar de cómoda incomodidad al cual te has acostumbrado pero que no tienes forma de modificar mientras no lo nombres.
El duelo no es un trastorno, una enfermedad ni una señal de debilidad. Es una necesidad emocional, física y espiritual: el precio que pagamos por el amor. Robert Neimeyer
Esa frase no es de un poeta. Es de Robert Neimeyer, uno de los más reconocidos investigadores del duelo en el mundo. Y lo dice con la misma seriedad con la que un cardiólogo habla del ritmo cardíaco. Porque el duelo es fisiología. Es química. Es neurología. El cerebro, cuando pierde un vínculo significativo —aunque la persona siga viva— activa las mismas zonas que ante una amenaza real. Tu cuerpo no distingue entre una muerte física y una muerte relacional. Solo sabe: algo vital se fue.
Pero en nuestra cultura, solo se duelen las muertes con certificado de defunción. A los demás, nos dicen: “Ya pasó”, “Seguí adelante”, “Fue lo mejor” o nos enseñaron a manterner el silencio mientras internamente nuestro diálogo interno no deja de repetirnos esas afirmaciones. Y así, sin quererlo, nos condenan y nos condenamos al duelo en la clandestinidad.
La psicóloga Pauline Boss lo llamó, en los años ochenta, pérdida ambigua: cuando alguien sigue vivo… pero ya no está presente en tu vida como antes. Puede ser una pareja que se va sin cerrar nada. Un hijo que se aleja y no contesta. Un amigo que desaparece tras una pelea silenciosa. O incluso —y esto duele más— alguien que sigue a tu lado, pero ya no te mira como antes, alguien que salió pero sin un portazo, como brisa sin destino.
Creo que es ineludible trae a Freud que ya señalaba en 1917: si no podés nombrar la pérdida, el yo se acusa a sí mismo. “¿Fui yo? ¿No fui suficiente? ¿Debí haber hecho más?”. La culpa no es un error moral. Es una señal biológica de que hay una herida no suturada.
No es que no quieras amar… es que tu sistema nervioso aún cree que amar duele irremediablemente.
Investigadores como Mikulincer y Shaver han demostrado que cuando no procesamos un duelo, nuestro cerebro entra en modo de alerta constante. Cada nueva relación se vive con un radar interno buscando señales de abandono. Aquí e preciso hacer una distinción mas que importante este estado no es paranoia es una especie de memoria integral corporal, es tu cuerpo diciendo: “Cuidado. Esto antes dolió. No permitas que vuelva a pasar, no te atrevas a hacerme pasar por lo mismo”.
Pero atención: eso no significa que estés “roto”. Significa que estás adaptado. Tu sistema hizo lo que tenía que hacer para sobrevivir emocionalmente. Lo que ahora necesitás no es “sanar como si nada hubiera pasado”. Necesitás algo más radical: hacer justicia con tu propio dolor; aterricemos aquí el termino justicia: Dar a cada uno lo que le corresponde, nada mas y nada menos, integrado a lo que venimos mencionando es simplemente darte lo que a vos te corresponde, lo que es tuyo.
En muchas culturas andinas —y no hablo de estética new age, sino de saberes ancestrales documentados por antropólogos como Catherine Allen— el duelo no se “supera”. Se transforma. El vínculo no se borra. Se reubica, deja de ser algo que rebota sin sentido por doquier en tu cuerpo y en tu mente, adquiere una postura, un peso… un lugar.
Cuenta una historia andina —que he escuchado en voces de tejedoras de Susques— que una mujer, al despedirse de su compañero que partía a la ciudad, no lloró. Pero cada atardecer tejía un hilo rojo —el color de la vida, del corazón en movimiento— y lo enterraba bajo el umbral de la puerta. No para traerlo de vuelta. Para decirle al mundo: Él se fue. Pero no se fue de mí.
Años después, dejó de enterrarlo. Lo guardó en un cofre. Porque entendió: no se trata de enterrar el duelo. Se trata de honrarlo.
Y eso… eso es ciencia emocional.
Decir la verdad sobre sí mismo no es confesarse. Es constituirse éticamente.Michel Foucault
Así lo diría Foucault: nombrar tu duelo no es quejarte. Y cuando nombrás “pérdida ambigua”, no estás buscando una etiqueta. Estás reclamando un lugar en el mapa del dolor humano. Porque lo que no tiene nombre, no puede ser acompañado. Es tomar la palabra sobre tu propia historia. Justica contigo; ni mas ni menos. Es dejar de ser rehén de una lealtad silenciosa que te exige sufrir sin testigos, o sumar testigos a un barco que hace agua por todas partes del cual nadie, ni vos, puede salir del anunciado naufragio.
¿Qué podés hacer hoy? Podés probar un pequeño ritual —nada místico, solo simbólico, como cuando un científico marca una hipótesis con tiza en la pizarra:
- Encendé una vela. No para rezar. Para testimoniar.
- Mirá la llama, y decí en voz alta —aunque estés solo—: “No fue una decisión fácil. Fue un acto de amor. Y este duelo no va a borrar eso. Pero ya no quiero pagarlo en silencio”.
Eso no es drama. Es justicia emocional.
Porque vos no fallaste. Solo amaste en un mundo que aún no aprendió a nombrar ciertas despedidas, y a algunas ni siquiera de anima a mirarlas; solo aconseja de manera ligera con el slogan de «tenés que ser feliz», sin contemplación de la historia y las vivencias, que aconseja ligeramente: «hace lo que te dé la gana». Un mundo que está tan roto que lo único que hace es procurar rotura a su alrededor. Reconoce que amaste, reconócelo porque eso… no es debilidad, es todo lo opuesto a la cobardía del silencio.
📻 La columna CONECTANDO de Pablo Gerez se puede escuchar todos los martes a las 8.30 en Libertad de expresión cuyo link de Instagram es: https://www.instagram.com/libertaddeexpresiontuc/ el programa se emite por Rock&Pop Tucumán 106.9 Mhz.
📱También puede seguirse en: ▶️ YouTube: @PabloHGerez 📷 Instagram: @pablohgerez 🐦 X (Twitter): @phgerez







