“Donde no hay orden, no hay cuidado”: por qué los límites invisibles de las pantallas están vaciando el diálogo familiar

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La columna Conectando, en el programa Libertad de Opinión (Radio Rock & Pop 106.9, Tucumán), volvió a resonar con fuerza entre oyentes, educadores y familias de todo el noroeste argentino —y más allá, gracias a su difusión en redes. Su autor, Pablo H. Gerez, comunicador social y docente, construye semana a semana —cada martes a las 8:30 de la mañana— un espacio donde la reflexión se entrelaza con la poesía, la ciencia y lo cotidiano. Bajo el título “Sin comienzo ni final… no hay palabras”, la entrega abordó una tensión silenciosa en los hogares contemporáneos: la desaparición de los bordes temporales en la vida digital de niños y adolescentes. Lejos de caer en alarmismos tecnológicos, Gerez propone una mirada desde lo simbólico y lo relacional —una marca distintiva de su trabajo en Conectando. La columna parte de una escena sencilla: una nena de cuatro años en el jardín, donde cada actividad —desayuno, biblioteca, parque— tiene un comienzo y un final claramente señalados. Esa estructura, explica Gerez, no responde a rigidez escolar, sino a una necesidad humana profunda: el cierre permite la narración. Solo cuando algo termina, puede ser recordado, comentado, significado.

«¿Cómo le preguntás a tu hijo: “¿Cómo estuvo tu rato en redes?” si ese rato nunca terminó?»

La pregunta, formulada con calma, pone en evidencia un efecto colateral poco discutido del flujo permanente de redes sociales: cuando no hay pausas, no hay espacio mental para procesar lo vivido. Y sin procesamiento, no hay palabra —ni, por ende, posibilidad de acompañamiento.

Gerez recupera con rigor y sensibilidad la noción winnicottiana del “entorno suficientemente bueno”: un marco no perfecto, pero predecible, donde los ritmos y transiciones generan seguridad emocional. A esta base teórica suma hallazgos empíricos, como el estudio publicado en Computers in Human Behavior (2021), que vincula la exposición continua a redes —sin pausas estructuradas— con mayor ansiedad y menor capacidad de autorreflexión en adolescentes.

Pero Conectando no se detiene en el diagnóstico. Ofrece una propuesta concreta, antigua y profundamente subversiva en tiempos de sobreestimulación: el acto de leer juntos. No como tarea, sino como ritual con principio y fin. Un cuento, un poema, un capítulo: algo que empieza en la portada y termina en la última página. Algo que permite, después, preguntar: ¿Te gustó el final? ¿Por qué creés que hizo eso? ¿Vos qué hubieras hecho?

Citando un estudio de la Universidad de Emory (Brain Connectivity), la columna recuerda que la lectura narrativa activa zonas cerebrales asociadas con la empatía y la teoría de la mente. Leer juntos, entonces, no es solo “saber más”. Es practicar el arte de ponerse en el lugar del otro.

La entrega cierra con una cita de la canción “Cae el sol”, de Fabiana Cantilo, Claudia Puyó y Daniela Herrero:

«Cae el sol, en tu balcón y el ritual se terminó…»

Es una línea musical, sí, pero también una advertencia ética. Necesitamos ese atardecer simbólico. Necesitamos finales. Porque, como escribe Gerez con claridad inapelable:

«Donde no hay orden, no hay cuidado.»

En una cultura que exalta la conexión permanente, Conectando —ese espacio semanal que, cada martes a las 8:30 llega por las frecuencias de Rock & Pop— recuerda que a veces —tal vez siempre— el verdadero vínculo nace no del estar siempre encendido, sino del coraje para apagar… para comenzar… y, sobre todo, para terminar.

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