La elección porteña impactó por diversas y significativas razones: el triunfo del candidato de Javier Milei, el golpe sufrido por el macrismo y el desconcierto del peronismo/K que se sentía ganador después de casi dos décadas de predominio amarillo en el distrito, además de la magra cosecha de otras catorce listas. Semejante juego político podría suponer un alto grado de interés para participar de la votación. No fue así, sino al contrario. Y para completar, no se trató de un hecho aislado, en el distrito-vidriera del país, sino de la afirmación de una tendencia, al menos como expresión de los comicios anticipados a la disputa nacional de octubre.
Nadie con sentido común puede dar una respuesta única a estos niveles de ausentismo ni proyectar linealmente para lo que sigue del calendario electoral. Pero, lo dicho: no se trató de un hecho único. Y existen, por supuesto, otras señales, como la más que discretas convocatorias de los actos de campaña, con o sin acompañamiento de figuras nacionales de la oposición y del oficialismo, incluido el propio Presidente. Es un tema de análisis para los consultores políticos, que también conviven con un dato de su propio trabajo: el desinterés por responder encuestas, tal vez -como especula un reconocido especialista- porque este tipo de relevamientos está muy asociado al ejercicio de la política y las campañas. Se trata de un registro persistente.
En la lectura sobre la llamativa dimensión del ausentismo en la Ciudad de Buenos Aires asoma una discusión sobre la precisión estadística, que refiere al modo de analizar números de votantes frente al crecimiento del padrón en distintas etapas. Eso no eclipsa la magnitud de la baja participación, evidente para cualquier porteño que haya ido a votar el domingo pasado. Nada parecido a largas colas, más allá del tipo de sistema, en este caso sólo con Boleta Única Electrónica.
La línea estadística del distrito muestra que la anotación más baja desde la vuelta a la democracia se había producido en 2003, en las estribaciones de la crisis de 2001 y la paralela crisis de los partidos. Entonces, la asistencia rozó los 70 puntos porcentuales. Se considera que, salvo picos de batallas presidenciales, el piso de participación suele ubicarse entre los 80 y los 85 puntos. En la votación del domingo pasado, el registro fue del 53,3%.
El dato resultó potente no sólo por el peso de la Ciudad como distrito electoral -el cuarto, en la tabla nacional- y su condición de vidriera política nacional, sino porque se sumó a la sucesión de señales similares en los cinco comicios previos: Santa Fe (55% de asistencia), Chaco (52), Salta (58), Salta (60) y Jujuy (63).
Parece claro para políticos y consultores que el desánimo electoral incluye el tipo de convocatoria como ingrediente destacado: en casi todos los casos, elecciones para cubrir bancas en las legislaturas provinciales. La competencia santafesina, en abril, fue por convencionales constituyentes, con efecto similar y anticipo de lo que vendría en mayo. Eso, sin contar que desde hace rato la sanción legal por no concurrir a votar es formal y ni siquiera es destacada en la información difundida de manera oficial.
Con todo, está a la vista un dato contradictorio o paradójico en la batalla porteña. Se trató de una elección legislativa local -irrelevante según la lógica referida-, pero la característica saliente fue que el tema de la gestión quedó relegado y la disputa tuvo tono nacional, a diferencia del lote previo de cinco elecciones.
El clima fue dominado de manera creciente por el quiebre entre Milei y Mauricio Macri, dejando en segundo plano el enfrentamiento con Leandro Santoro, que buscó disimular el sello K y la marca PJ. También puede especularse con que eso mismo habría reducido la atracción a los más interesados en política, mientras que una franja significativa expresó con el “no voto” su fatiga general con la política, que incluye el clima de pelea permanente con Milei en primera línea repartiendo descalificaciones a sus rivales, distintos economistas y el periodismo.
Por supuesto, opera además la fragmentación política expresada por la enorme oferta electoral. Fueron diecisiete listas y eso mismo impondría una doble mirada: resta base a la comodidad argumental según la cual son “todos lo mismo” -al revés, hubo candidatos para los más variados gustos ideológicos- y alimenta el análisis que ve, en lugar de una convocatoria diversa y atractiva, un motivo de desaliento ante la división opositora nacional para enfrentar a Milei.
Esas cuentas podrían ser cargadas casi de manera exclusiva al archipiélago no mileista. Y también surgen señales inquietantes para los escritorios políticos del oficialismo. Resultó de alto impacto el triunfo en el distrito amarillo, pero al mismo tiempo a nadie escaba que el 30% logrado por Manuel Adorni -después de una campaña que tuvo a Milei y al gobierno en general como protagonistas- está lejos de los niveles de aprobación al Presidente que exhibe el grueso de las encuestas sobre imagen de los políticos.
Sin embargo, esas notas, sostenidas después de un año y medio de gestión, no habrían alcanzado para generar entusiasmo y buenos niveles de asistencia en una elección nacionalizada. “Es la diferencia entre conveniencia y apasionamiento”, dice un experimentado consultor, que a la vez proyecta un éxito violeta en la provincia de Buenos Aires, cuando llegue la hora del nuevo turno de elecciones desdobladas.
Existe otro interrogante en función de lo que se denominó el “fenómeno Milei”. El triunfo libertario del 2023 canalizó, sin dudas, algo más que el rechazo a la gestión de Alberto Fernández y CFK: expuso una condena extendida a la “casta” como sinónimo de “la” política. Ahora, al menos en el turno porteño, la señal de la fuerte caída de asistencia electoral alcanzaría también al Presidente en términos de cansancio o malestar frente al ejercicio político y de poder.
La convocatoria a elecciones locales anticipadas va escribiendo este capítulo. También sobresalen miradas y cálculos internos. Aparecen reproches en las filas del PRO por ese paso en la Ciudad. Y asoma otra vez la tensión en el peronismo bonaerense, marcado por el quiebre entre Cristina Fernández de Kirchner y Axel Kicillof. Falta mucho para el primer domingo de octubre, pero el resultado porteño tiñe todo en estas horas.