La discusión que subyace en este tiempo donde la detención de Cristina Kirchner está en primer plano es quién conduce el peronismo. Quién manda. Quién ordena. Quién lidera. Hay una sola respuesta que identifica la realidad: no existe una sola persona que englobe todas esas cualidades. Ni siquiera la ex jefa de Estado.
CFK conduce al sector más grande del peronismo. O, tal vez, sea su enorme figura política la que haga parecer más grande el esquema que lidera. Pero ya hace tiempo que su conducción es sobre una porción del peronismo y no sobre la gran mayoría, como supo ser durante gran parte de la última década.
Axel Kicillof conduce al Movimiento Derecho al Futuro (MDF), que tiene cerca de 50 intendentes, legisladores provinciales y nacionales, más una parte importante de la CGT y de los principales movimientos sociales del país. Sergio Massa lidera el esquema del Frente Renovador (FR), que mantiene su poderío en la provincia de Buenos Aires.
Para los dirigentes que están debajo de esas cabezas, no hay un solo conductor todopoderoso en el peronismo. Es, como expresó Guillermo Moreno en algún momento, una composición parecida a un cuerpo colegiado. Donde varias tribus políticas tienen su conductor y todas esas cabezas deben lograr acuerdos para que la fuerza política tenga un rumbo.
En las últimas dos semanas el cristinismo ha trabajado duro para reconstruir el liderazgo de Cristina Kirchner. “Quieren mostrar una fortaleza en lo que, en realidad, es un momento de debilidad”, sostuvo un importante intendente del conurbano, en referencia al golpe electoral que implica para el kirchnerismo duro no tener más a la ex presidenta como una potencial candidata. Resaltan su figura, la colocan en la cima del esquema político, la veneran a los pies del balcón.
Desde su último acto público en el PJ, el lunes 9 de junio, hasta ayer, CFK no ha dejado ni por un día la centralidad de la agenda política. Habló, saludó, bailó, mandó mensajes grabados y escribió en sus redes sociales. Su protagonismo abrumador dejó sin agenda al gobierno nacional y corrió a un costado la negociación electoral dentro del peronismo bonaerense.
Los dirigentes de La Cámpora y los más cercanos a CFK mantienen viva la idea de que la ex presidenta va a mandar desde su departamento en calle San José. No hay dudas de que lo hará. Pero esas órdenes solo serán acatadas por los mismos de siempre. Ni la condena ni la detención amplían los horizontes de su influencia.
Sin embargo, el acompañamiento masivo del peronismo hacia su figura ha generado la idea de que esos límites no existen y que la épica de su liderazgo bajo arresto, volverá a edificar un verticalismo absoluto. Un formato que hace tiempo que ser perdió y que ha quedado reflejado en las distintas rebeliones internas que le surgieron a CFK dentro del peronismo nacional.
Axel Kicillof ha sorteado la incomodidad de estos días mejor de lo que sus propios detractores esperaban. La pasó mal en el PJ el día que volvió a reencontrarse en público con la ex jefa de Estado, lo trataron de traidor el día que volvió a la sede partidaria para acompañar a CFK horas antes de conocer la condena en la causa Vialidad y tuvo un frío encuentro con la militancia este miércoles, cuando apareció en la Plaza de Mayo, para ser parte del acto masivo en respaldo de la ex presidenta.
El Gobernador tiene un enorme desafío por delante después de protagonizar un extenso proceso de autonomía de CFK. Tiene que mantener el capital político obtenido hasta aquí. Eso implica sostener con fuerza sus reclamos sobre la forma en la que se van a armar las listas este año, contener a la dirigencia que acumuló dentro del MDF y poder imponer condiciones en la negociación de la estrategia electoral bonaerense.
“El principal problema que tiene La Cámpora es la existencia del MDF”, sostuvo un jefe comunal que está cerca de Kicillof. En ese armado político consideran que la agrupación de Máximo Kirchner nunca terminó de aceptar que el Gobernador era el principal líder emergente del kirchnerismo. Incluso, por encima del hijo de la ex presidenta.
Un legislador camporista se preguntó algunos días atrás: “¿Queremos que gane el peronismo o queremos ver quién elige los candidatos?”. En los hechos, en el kicillofismo quieren las dos cosas. Del otro lado no tienen esa insistencia porque, hasta acá, siempre han sido los que impusieron condiciones en el diseño de las listas. El retador, como suele decirse en el boxeo, está en La Plata.
En los últimos cuatro meses hubo distintos intentos para intentar acercar posiciones. Máximo Kirchner fue el interlocutor de CFK ante Kicillof. Esa mesa de negociación no funcionó. Nunca prosperó. Tampoco la mesa que integraron las segundas líneas de cada uno de los armados. Tal vez por eso, un puñado de días antes de que la ex vicepresidenta y el Gobernador se juntaran, Carlos Bianco dio a entender que lo mejor era cambiar los interlocutores de la negociación.
La próxima semana se reactivarán las negociaciones electorales. Y las distintas tribus peronistas se verán obligadas a encontrar un punto de acuerdo que no esté atado solo a la centralidad de CFK ni a los discursos de persecución política. Con eso solo no alcanza. Hay intereses y necesidades futuras que no pueden quedar ancladas a la situación judicial de la ex mandataria. Lo saben todos y mueven sus fichas bajo ese mandato.
Si Axel Kicillof tiene la intención de ser candidato a presidente en el 2027, entonces tendrá que mantenerse firme antes los embates de sus rivales internos y las presiones lógicas de una guerra de poder, que es disimulada y coloreada para que al ciudadano no le caiga todo lo mal que le podría que caer.
Sin presente, no hay futuro. Sin capacidad de influir ahora, no hay posibilidad de hacer valer sus pedidos en los años que vienen. Para mantener las aspiraciones de llegar a la Casa Rosada, Kicillof deberá atravesar este camino de espinas y tener cintura para lograr acuerdos que le den tranquilidad, o para golpear la mesa y ejecutar jugadas políticas fuertes, tal como aprendió de su mentora, Cristina Kirchner.