La aguda crisis económica hizo que los merenderos comunitarios se llenaran de gente, mientras sus administradores se quedaron sin recursos para asistirlos.
“Dos de cada tres niñas y niños de Argentina son pobres por ingresos o están privados de derechos básicos”, sostiene el reporte difundido por Unicef. En Tucumán, según referentes de los barrios más complicados, la situación refleja lo que se vive en todo el país.
Encargados de comedores y merenderos comunitarios dejaron en claro que hay una cifra muy importante de niños y niñas en que enfrentan esta problemática y que además no tienen acceso a la educación, a la cobertura social, a una vivienda digna y un baño en condiciones, al agua y a un hábitat que le brinde seguridad.
Silvia Moya abrió el merendero Esperanza Nuestro con el apoyo de su familia en su casa en San José. al lugar asisten menores de su barrio y de otros, que no disponen de acceso a todos los servicios básicos.
“En barrio San Expedito tienen todos los servicios –cuenta-, pero en el barrio El Sapito, que es un asentamiento, solo tienen agua y luz”.
A su comedor también acude gente de otros asentamientos precarios como el barrio 11 de Enero, donde carecen de cloacas y gas natural, y las calles por las que deben desplazarse los niños son intransitables.
Gabriela Gramajo, referente del Polo Obrero, forma parte de la red de voluntarios que llevan adelante cerca de 50 merenderos en toda la provincia. “Hemos hablado un montón de veces con el Gobierno, invitándolos a que vean y caminen todos los barrios que hay en Tucumán porque es impresionante la cantidad de niños en situación de pobreza que hay”, asegura.
Cuenta que la organización tiene presencia con comedores y merenderos en más de 12 barrios en los que “no hay gas y las casas son muy precarias”.
“Las viviendas están hechas con techo de lona y plástico y no tienen baños instalados, sino letrinas hechas con techo de chapa y cartón”, relata la referente. “En Las Talitas hay barrios donde los compañeros van a buscar y juntar agua, llenan tachos y esa es el agua que consumen, no es potable”, explica Gramajo.
De los merenderos consultados, ninguno lleva un control fijo de la gente que asiste a recibir su vianda dado que la concurrencia fluctúa entre un día y otro. Por lo tanto, tampoco hay registros oficiales o formales de la situación académica de los niños en edad escolar de cada familia. Sin embargo, Gramajo comenta que suelen hacerse acompañamientos a las familias que incluyen visitas de seguimiento y clases de acompañamiento.
Muchos padres se abstienen de enviar a sus niños a la escuela por no contar con los insumos necesarios para llenar las mochilas de sus hijos.
“El año pasado había una nenita que no iba a la escuela, preguntamos por qué y nos dijeron que no tenía útiles, no tenía nada”, señala la referente del PO.
Además, cuenta que las cooperativas de las instituciones también funcionan como obstáculos para la continuidad académica porque no dejan ingresar a los alumnos que no abonaron el seguro escolar. “Una mamá me decía que a su hija le daba vergüenza porque tenía que empezar la secundaria y no tenían para pagar el seguro. Los sacan de la escuela y les dicen ‘deciles a tus papás que vengan porque tienen que pagar’”.
Por otra parte, ninguno de los barrios en los que están los merenderos cuentan con acceso a servicio de WiFi, por lo tanto, durante los años de pandemia, fueron muchos los niños y adolescentes que no recibieron clases.
El merendero Conquistando Sonrisas funciona en el barrio Elena White. Jackeline Pérez, una de sus coordinadoras, sostiene que “algunos padres tienen trabajo informal y otros no tienen trabajo”. La respuesta de Yanina Domínguez, del merendero Por una sonrisa feliz de El Manantial, es similar, ya que declara que la mayoría de los padres de los niños no tiene trabajo y “los que tienen, son changarines, o sea que tienen trabajo informal”.
Otro resultado arrojado por Unicef informa que para suplir las carencias de la infancia es esencial el trabajo comunitario y de redes barriales.
En Tucumán, las organizaciones consultadas no son llevadas adelante únicamente por mujeres, sino por grupos de familias. Pese a ello, las jornadas de las mujeres que trabajan en los centros asistenciales sí reflejan los datos compartidos por Unicef. “Mis hermanas y cuñadas trabajan en casas de familias y ellas también ayudan en el merendero”, dice Silvia Moya.
Las mujeres de su grupo de trabajo también son amas de casa y madres, por lo que se completa la triple jornada laboral de la que habla la asociación y que afecta a los menores de los hogares.
La falta de recursos que brindar a la comunidad es la principal problemática que aqueja a los centros sociales. Tanto Esperanza Nuestra como algunos de los merenderos nucleados por el Polo Obrero se vieron obligados a reducir los días de servicio: de atender toda la semana, pasaron a servir comida entre dos y tres veces por semana.
Moya comenta que, los días de no apertura, los vecinos se acercan incluso a consultar y pedir alimentos. “Hay veces que no tenés para el pan, antes las panaderías nos donaban la grasa, ahora con la crisis que hay la tenemos que comprar y no podemos”, relata.
Conquistando Sonrisas, en cambio, abre sus puertas únicamente los jueves y Por una sonrisa feliz de lunes a viernes, siendo el único centro que funciona todos los días hábiles. “Llevamos adelante el comedor a través de donaciones de la gente y hace un tiempo Desarrollo Social nos provee alimentos secos”, explica al respecto Domínguez.
El contacto de los merenderos para quienes quieran darles una mano es: Por una sonrisa feliz: 3813 39-5269 (Yanina Domínguez); Esperanza nuestra: 3815 00-0105 (Silvia Moya); Coordinación Polo Obrero: 3816 10-3342 (Gabriela Gramajo). /La Gaceta